¿Qué es la disfemia?
La disfemia, también conocida como tartamudez, es un trastorno de la fluidez del habla que se caracteriza por espasmos o contracciones en el aparato fonador lo cual, da lugar a repeticiones de sílabas o palabras, prolongaciones de sonidos o sílabas así como bloqueos y pausas a lo largo del discurso.
Origen
La disfemia se inicia en la infancia (típicamente entre los 2 y los 5 años de edad) y afecta de forma desigual a los dos sexos, apreciándose una mayor incidencia en hombres que en mujeres.
En muchas ocasiones, estos episodios de tartamudez obedecen al proceso evolutivo normal del habla de algunos niños y llegan a desaparecer por sí solos, sin embargo, a veces la disfemia persiste a lo largo de la infancia, adolescencia e incluso en la etapa adulta.

Aunque no existe evidencia de las causas que lo provocan, sí se conocen diferentes factores relacionados con el origen y mantenimiento de la sintomatología como pueden ser disfunciones orgánico-cerebrales, causas ambientales, factores psicológicos o predisposición genética entre otros.
La logopedia como tratamiento de la disfemia
En contra de la creencia popular, recibir tratamiento logopédico a edades tempranas no solo no “cronifica el problema” sino que aumenta las probabilidades de remisión total de la disfemia. Es importante recalcar que las estrategias de intervención deben ir dirigidas a trabajar las alteraciones y disfluencias para mejorar el tartamudeo, evitar comportamientos secundarios (logofobia, tics…) y que el trastorno se agrave. Por tanto, es fundamental ayudar a estos niños a crear un autoconcepto positivo sin perseguir el ideal de “cero disfluencias” y tratando siempre de lograr un habla lo más cómoda y eficiente posible y que se adapte a las necesidades diarias de cada niño.
Así mismo, existen una serie de sencillas pautas que se pueden adoptar por parte de la familia y el entorno escolar y que harán que el niño se sienta más cómodo y tranquilo a la hora de expresarse, ayudando por tanto, a disminuir la frecuencia y severidad de las disfluencias. Aquí vemos algunas de ellas:
Hablar más lento, modificando su propio ritmo para no acelerarse.
No interrumpirle ni permitir que otro lo haga.
Respetar los turnos de habla.
Darle mucho tiempo para hablar.
No completar lo que dice ni terminar sus frases.
Hablarle con frases cortas y con un lenguaje fácil, llamando a cada cosa por su nombre, haciéndole entender que es preferible hablar cortito y fácil que largo y difícil.
Escucharlo relajadamente sin crítica ni juicio.
Valorar qué dice y no cómo lo dice, haciéndole notar todo lo que hace bien mediante comentarios positivos y muestras no verbales como sonrisas y caricias.
Rebeca González Cao
Logopeda
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