El porqué de la necesidad de cambio
La responsabilidad que adquirimos como padres, por desgracia no viene acompañada de un guión o programa sobre como desempeñar este nuevo rol de manera efectiva.
Es fácil caer en la respuesta automática, impulsiva e inconsciente basada en aprendizajes que hoy la ciencia ha demostrado que son obsoletos e ineficientes, dirigiendo toda nuestra energía hacia el control y la corrección de lo que consideramos un mal comportamiento. Y así seguimos inmersos en esta etapa que se suponía iba a ser un disfrute y deleite de risitas y mimos, viendo como la experiencia de crianza se nos antoja no tan satisfactoria como imaginábamos, en el mejor de los casos.
Y es que nos falta gimnasio.
Como todo en esta vida, la maternidad/paternidad es un trabajo que requiere aprendizaje y, sobre todo, práctica, práctica y más práctica.
Requiere desaprender y romper con las dinámicas educativas de antaño y, por tanto, conlleva un arduo trabajo de autoconocimiento y consciencia: trabajar en nuestro propio desarrollo personal para poder contribuir a la construcción de la persona que un día será nuestro hijo o hija independiente.
¿Qué nos propone la disciplina positiva?
La disciplina positiva rompe con el patrón social conductista que nos dice que la mejor manera de eliminar un comportamiento será castigando al niño por hacerlo o premiándole por evitarlo, porque ¿Qué pasará cuando nadie esté mirando?, ¿Qué resultados obtenemos con ese castigo más allá del cambio temporal en el comportamiento, que puede darse o simplemente no llegar?

Si nos fijamos en el aspecto emocional del niño veremos que, efectivamente, las consecuencias directas de este tipo de métodos punitivos y de recompensas no se hacen esperar, afectando entre otras cosas a la formación de su autoestima, responsabilidad, confianza en sí mismo y a algo tan importante como el sentido de pertenencia, tan necesario y crucial en la vida de todo ser humano.
Y cuando todo esto sucede en el periodo más sensible para el desarrollo de la personalidad y el aprendizaje de lo que es el mundo, nos podemos imaginar las consecuencias que pueden llegar sin hacerse esperar mucho, afectándole, además, a lo largo de toda su vida…
A mi me castigaban mucho y no he salido tan mal

En este punto quizá merezca la pena valorar el objetivo que persigue el castigo, que no es más que hacer sentir mal al niño y, por suerte, ahora se conocen otro tipo de estrategias que no siguen o permiten estos medios para alcanzar el fin propuesto de educar y criar personas felices y válidas para esta sociedad.
¿A quién se le ha ocurrido la loca idea de que para que los niños se porten bien hay que hacerles sentir mal?
La firmeza aceptable es necesaria para que se establezca la seguridad en la que el niño pueda desarrollarse, aunque generalmente se confunda con dominio. Y nos encontramos frente a pequeños que apenas tienen un año diciéndoles “NO”.
No tires eso, no te mojes, no te quites los zapatos…
Realmente es difícil motivar a los niños hacia un comportamiento adecuado a las circunstancias, atendiendo a sus necesidades particulares y a su periodo de desarrollo y no caer en la sobreexigencia, acabando por focalizarnos en nuestras necesidades personales (que deje de hacer ruido, de tirar las cosas… en definitiva, ¡Que no me dé más trabajo!).
«El autoritarismo no crea el clima cálido de conexión para que alguien quiera cambiar por sí mismo.» Alfred Adler
La importancia de la conexión
Es por eso que desde la disciplina positiva se invita a los padres a desarrollar una conexión con sus hijos que va más allá de la comunicación verbal. Requiere pararse, escuchar, sentir, abrir los ojos del corazón y las manos del alma y abrazar, acompañar por la importante necesidad de establecer un vínculo con el bebé/niño/adolescente. Va mucho más allá de atender y cubrir las necesidades básicas que éste presenta en cada momento.
La cercanía, el afecto, su disponibilidad (sí, dejando de mirar el móvil…) en cada interacción entre el pequeño y su cuidador favorecerá esa conexión responsable de que el niño se sienta visto, querido y atendido y, por tanto, seguro para explorar e investigar.
¡Así se aprende!
Y si además ese adulto nos ofrece un ejemplo de conducta que sirva de modelo en las diferentes ocasiones, más todavía. Y si el adulto también nos suma experiencias de exploración enriquecidas en un ambiente natural y cotidiano y le deja participar de las tareas diarias, le pide colaboración y le permite cooperar y aprender de sus propios errores, se aprende incluso más, si cabe.
Desde la disciplina positiva se insiste en la necesidad de que exista esa conexión previa al intento de corrección, la importancia de conectar el hemisferio derecho “Me doy cuenta …., te veo, sé cómo te sientes y puedo llegar a entender que a tu edad no posees los recursos necesarios para manejar la situación”, resolver un conflicto o directamente aguantarte con un hecho que, por mucho que quieras, no resulta como te gustaría”.
O bien “te veo, te está costando hacerlo, pero confío en ti, en que puedes resolverlo por ti mismo”, desde una mirada del amor, sin juzgar y acompañándote en el proceso.
Eso se llama conexión.
Y como siempre decimos, esto es solo una parte de lo que llamamos otra educación, que es posible, que existe y que funciona, que enriquece las relaciones, las experiencias y dota de nuevas oportunidades.
En definitiva, hoy puede ser el día en que decidas aceptar que, sin pretender ser el padre perfecto ni tener el hijo o la hija también perfectos, puedes evolucionar y nacer en un nuevo padre o madre que descargue su mochila de estrategias que no le satisfacen, no le funcionan y no generan un buen ambiente y relación con su hijo y las cambie por otras respetuosas que le ayuden a enseñar y fomentar las habilidades y creencias que los niños necesitarán a lo largo de su vida.
Alexia López Casal
Psicóloga infantil y juvenil
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